UNA
FORMA DE “REEDUCACIÓN”
Scruton
dice que se está expandiendo en los países europeos el miedo a la herejía.
“Está emergiendo un sistema considerable de etiquetas
semioficiales para prevenir la expresión de puntos de vista ‘peligrosos’. La
amenaza se difunde de manera tan rápida en la sociedad que no es posible
evitarla. Cuando las palabras se convierten en hechos, y los pensamientos son
juzgados por la expresión, una especie de prudencia universal invade la vida
intelectual”.
Y
detalla más lo que pasa cuando se habla con miedo: “La gente modera el
lenguaje, sacrifica el estilo a una sintaxis más ‘inclusiva’, evita sexo, raza,
género, religión. Cualquier frase o idioma que contenga un juicio sobre otra
categoría o clase de personas puede convertirse, de la noche a la mañana, en
objeto de estigmatización. Lo políticamente correcto es una censura
blanda que permite mandar a la gente a la hoguera por pensamientos
‘prohibidos’. Las personas que tienen un ‘juicio’
son condenadas con la misma violencia de Salem”. El del juicio a las brujas, en
Massachusetts [1]. La letra escarlata [2].
Quien
disienta del lobby gay será “homófobo”
“Quien
se angustie por todo esto y quiera expresar su protesta deberá luchar contra
poderosas formas de censura. Quien disienta de lo que se está convirtiendo en
ortodoxia en lo que respecta a los ‘derechos de los homosexuales’ es
regularmente acusado de ‘homofobia’. En Estados Unidos hay comités
encargados de examinar el nombramiento de los candidatos en el caso de que
exista la sospecha de ‘homofobia’, liquidándolos una vez que se ha formulado la
acusación: “No se puede aceptar la petición de esa mujer de formar
parte de un jurado en un juicio, es
una cristiana fundamentalista y homofóbica”
Según
Scruton, se trata de una operación ideológica que recuerda,
exactamente, la que tuvo lugar durante la Guerra Fría.
“Entonces
se necesitaban definiciones que estigmatizaran al enemigo de la nación para
justificar su expulsión: era un revisionista, un desviacionista, un
izquierdista inmaduro, un socialista utopista, un social-fascista. El éxito de
estas ‘etiquetas’ marginando y condenando al opositor corroboró la
convicción comunista de que se puede cambiar la realidad cambiando el lenguaje:
por ejemplo, se puede inventar una cultura proletaria con la palabra ‘proletkult’; se puede desencadenar la caída de la
libre economía simplemente declarando en voz alta la ‘crisis del capitalismo’
cada vez que el tema es debatido; se puede combinar el poder absoluto del
Partido Comunista con el libre consentimiento de la gente definiendo al
gobierno comunista como un ‘centralismo democrático’.
¡Qué
fácil ha sido asesinar
a millones de inocentes visto que no estaba sucediendo nada grave,
pues se trataba solamente de la ‘liquidación
de los kulaki’ [3]! ¡Qué fácil es encerrar a la gente durante años en
campos de trabajo forzado hasta que enferma o muere, si la única definición
lingüística concedida es ‘reeducación’!.
Ahora existe una nueva beatería laica que quiere
criminalizar la libertad de expresión sobre el gran tema de la homosexualidad”.
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