Cetrino y arrogante. Ojos pequeños y febriles. Barba rala y agresiva, pero no descuidada. Tocado con un bonete de lana de colores que cubría su crespo y canoso cabello el mendigo me observaba reposadamente desde su destartalado carrito de inválido.
Su mirar era altivo, su talante digno, pero no agresivo. A no ser por su bandeja de limosnero, nadie le hubiese tomado por tal. Mi acompañante comentó volviendo un poco la cabeza para no ser visto por él: -¡Que actitud tan insolente la de ese mendigo lisiado! ¿No has notado que forma tan desafiante tiene de mirar? Para ser pedigüeño carece de humildad; es arrogante. ¡Que tipo tan peculiar y molesto!-
Yo, ya me había percatado de todo lo que me decía mi amigo Álvaro, pero permanecía subyugado por aquella serenidad y decoro tan raros en un mendigo. Este no miraba suplicante ni despreciativo. Me paré ante él sin saber exactamente porqué.
Algo me atraía en aquel hombre y yo supe que era. Él me miró como a un igual sin descomponer su serena quietud y mantuvo fija su mirada en la mía. Le hablé. No sé lo que me indujo a hacerlo, pero si sé que no pude ni sentí deseos de evitarlo.
.-¿Cómo pides limosna con esa actitud? Convendría a tus intereses que presentaras una expresión más humilde que excitara la piedad y compasión de los viandantes.- Dije sin convicción ante aquel extraño espécimen de mendigo- Su mirada era serena, pero quemaba con un fuego interior que yo percibía, pero que no era manifiesto exteriormente.
Yo no pido compasión -dijo con voz resuelta pero tranquila-. Lo que exijo es justicia y por tanto nada tengo que agradecer o de que quejarme, sino al Cielo. Es justicia porque me corresponde y no tengo porqué levantar compasión de nadie. Nada hay de nadie porque todo es de Dios.
Si me da dinero -continuó tras un corto silencio- hágalo pagándome y no por caridad que no existe nunca. Si me da, es justo, porque usted me lo debe. Así que, señor, si quiere pagarme, hágalo y no crea que haga caridad con lo que debe. Eso sería hipocresía.
Y quitándose momentáneamente el bonete de lana que cubría su cabeza, con una elegante sonrisa y una cortés inclinación de cabeza, dijo al ver que yo depositaba unas monedas en su bandeja. -De todos modos ¡gracias amigo!-.
Y volviendo de nuevo la cabeza, colocando su bonete de nuevo en ella haciendo un grácil movimiento, siguió de nuevo en su primera actitud pero dejándonos ya de mirar a mí y a mi amigo.
Me volví hacia Álvaro que me miraba con estupor, volviendo los ojos azorado de uno al otro y le dije solamente antes de continuar nuestro camino. - Nunca sabe uno de donde le va a venir la inspiración de Dios en cada día. Yo por lo menos he hallado la de hoy -. Y desde entonces no doy limosna, sino pago. Y entiendo por qué. Un mendigo me lo enseñó.
muy bueno
ResponderEliminarIsabel