jueves, 6 de octubre de 2011

DECIR Y HACER

Monumento a Cristo en Monteagudo



Sabemos lo difícil que es ser un crak del toreo, del fútbol, etc. Es algo que se da entre millones de individuos. Si bien es verdad que muchos son los que por solo afición y de manera informal hacen estas cosas, lo cierto que es pocos son los que se destacan hasta el punto de ser figuras.

Y es que ser figura es algo tan especial que se requiere unas facultades y un entrenamiento, amén de unas carencias o por mejor decirlo de una disciplina, como que a los deportistas por ejemplo no les permita comer desaforadamente, y menos aun las bebidas alcohólicas con el fin de estar en perfecta forma para hacer valer sus cualidades que tan bien se pagan.

Un aficionado a un deporte vería con escándalo y así mismo lo denunciaría, si viera a uno de sus adorados ídolos hacer un abuso y comportarse de forma desconsiderada con la gente, o lo encontrara en fiestas a deshora y asuntos de evasión prohibidos por el entrenador.


No es lo mismo saber las reglas del comportamiento que saber cumplirlas. No es lo mismo saber jugar al fútbol, que ser un jugador que gana millones, y que es un ídolo ante sus hinchas. Y todo esto para practicar un deporte que ven cien mil personas en un estadio, y tal vez unos millones en la televisión o los oyen en la radio.

No así en la política donde vemos a personas que no son capaces de ser auxiliares administrativos, y que sin embargo están a cargo de una responsabilidad muy alejada de sus capacidades, teniendo como sujeto pasivo de sus decisiones a millones de sus nacionales.

Como quiera que el pueblo les elige, ya se sienten exonerados de otra responsabilidad que la que quieran adjudicarle sus parciales, que solo quieren sacar adelante sus frustraciones o sus fobias por no decir más. Y hay que dejar sentado que malicia y astucia no es inteligencia y bien hacer.

Esto hace que la gobernación de las naciones, sobre todo las que no disfrutan de una democracia consolidada y natural, sea un eterno ir al vacío y ser contenedoras de las mas groseras corrupciones que se puedan imaginar, con la anuencia o la justificación de sus parciales que aportan el supremo argumento de: ¡más roban los otros!

¡Precioso argumento! que para ellos es el cierre de toda crítica y de toda acción, por los mismos que tendrían que tener interés de que su formación esté libre de sospechas, y sea crisol de virtudes democráticas.

Un pueblo instruido, que acata las leyes que se han de hacer a su conocimiento, consulta, y voluntad, con claridad, sin mentiras ni demagogias que serían captadas por gentes cultas y preparadas de un pueblo adulto. Este, sin vacilar, condenaría al fracaso, y echaría inmediatamente, a cualquiera que usara de estas viles estrategias.

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