sábado, 23 de febrero de 2013

REGENERACIÓN ¿O DEGENERACIÓN?




La democracia española no goza de buena salud. Aquella minuciosa Transición, que nacía con sino de ejemplaridad, se está cayendo a pedazos por el continuo goteo de corrupción, más el despilfarro y desbarajuste de las ‘autonosuyas’.

Se palpa la descomposición, la decadencia y el deterioro del sistema; en el malestar general, se huele un tufillo a lo que parece un golpismo de baja intensidad, una descalificación global de la clase política y financiera destinada realmente a socavar las instituciones y el sistema pseudodemocrático.

El dinero negro ha estado fluyendo a raudales durante décadas para los colocados, son dineros de los españoles que proveen el enriquecimiento ilícito de altos cargos; confiere relevancia política el hecho de que son unos personajes cuya gran bicoca consiste en hallarse instalados en la actuación política o en sus aledaños.

Aquí, el trinque no es nada nuevo; ya sobre el enriquecimiento ilegal de Rodrigo Calderón, famoso secretario, cantaba Quevedo: “Para evitar ser ahorcado, se viste de colorado”. Y el caso es que la gente los disculpa y además los vuelve a votar; es como si estuviese en la conciencia popular que el dinero público está para cogerlo, por eso, se oye decir: “¿Y tú, si pudieras, no harías lo mismo?”. 

Al no dar importancia al robo, a la estafa o a la malversación, en cuanto acceden al puesto, van mangando, cobrando sobresueldos, desviando fondos destinados al paro y repartiéndose los Fondos Reservados del Estado. La causa más relevante de este fétido lodazal de latrocinio se halla en el fortalecimiento galopante de la partitocracia española.

Así la independencia de las instituciones estatales queda mermada en pro de las oligarquías de los partidos políticos, que manejan y deciden los cargos y el funcionamiento de las mismas; los ciudadanos están marginados de las decisiones y mando de la democracia.

Existe ya una gran mayoría de españoles que exige la urgente y necesaria regeneración del sistema político. Charles Kingsley, padre del “socialismo cristiano, decía: “La única forma de regenerar el mundo es que cada uno cumpla el deber que le corresponde”. La transparencia fiscal de todos es un hito en la necesaria regeneración moral de la política española.

Para ello, lo más importante aquí, es abordar la ineludible Reforma de la Ley Electoral, introduciendo la segunda vuelta, para eliminar las componendas postelectorales, que permiten gobernar a inútiles nunca votados y añadir luego la supresión del Senado, del T. Constitucional, del Estado Autonómico y un tercio de los Concejales.

Requiere también, ipso facto, la real división de los tres poderes y la democratización en el funcionamiento de los partidos; establecer las listas abiertas y un control sobre la respetabilidad de los candidatos elegibles, así como introducir la limitación de mandatos, para evitar la profesionalización de la política. Se logrará acabar con la partitocracia, cuando los políticos dependan en todos los aspectos de la voluntad y decisión de los ciudadanos.

Hace falta el control efectivo sobre el poder político, mediante la existencia de unos interventores de los partidos. El pueblo se alarma por las opíparas cuantías de los sueldos de los políticos, se extraña y entiende que deben ganar bastante menos.

No olvidando el sentido de su responsabilidad y el cultivo de los valores cívicos, la misión de contrapeso y denuncia de la prensa es esencial, para regenerar éticamente España; los hay que han prejuzgado y condenado por unos papeles fotocopiados, sin firma, cuyo supuesto autor ha negado.

Y además avalados por algún personaje con intereses más que dudosos, lo cual es deformar la opinión pública; luego, han quedado en nada, pero ya se había consolidado el daño a la institución, a las personas e incluso a la imagen de España.

Es preciso mejorar la calidad política española, para evitar que la corrupción, la mediocridad y el desánimo sigan minando los mejores asideros morales, la confianza del pueblo y el prestigio de España.

                                               C. Mudarra

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